LOPEZ PORTILLO Y ROJAS JOSE
La Parcela es una de las mejores novelas mexicanas. En 1869, con la publicación de la Clemencia de Ignacio M. Altamirano en las columnas de El Renacimiento, se abre una nueva etapa de la literatura narrativa de México. Las nuevas obras están mejor construidas, su estilo es más cuidado y eficaz, carecen ya de todo propósito moralizador o didáctico, y en el tratamiento de los asuntos nacionales van más allá de la simple presentación de nuestras más pintorescas costumbres. Esa etapa se cierra brillantemente con los tres novelistas más importantes de la segunda mitad del siglo XIX: Rafael Delgado (1853-1914) y José López Portillo y Rojas (1850-1923), que siguen la tradición española, y Federico Gamboa (1864-1939), orientado hacia el naturalismo francés. Las primeras obras de éstos se publican en los últimos años del siglo: La calandria (1891), Angelina (1895), Suprema Ley (1896), La parcela (1898) y Metamorfosis (1899), todas ellas de tema mexicano.El problema del nacionalismo literario había sido planteado por Altamirano en aquellos momentos en que la intervención y las luchas contra el imperio de Maximiliano le daban una significación política y aun patriótica. Más que en los términos de una doctrina clara y definida, la solución se alcanzó en la práctica misma, que concilió, como lo observa López Portillo en su prólogo, la forma, fruto de una antigua y sólida tradición -la española- y la sustancia, en la que entraban nuestra raza y nuestra naturaleza, "con los deseos y tendencias que de ambos factores se originan". La Parcela misma es, sin haberla pensado el autor como una demostración de su tesis, un excelente ejemplo de los resultados de ese sano criterio. Su lenguaje y su estilo son limpios y castizos, "sin prescindir -como dice tan bien López Portillo- de la facultad autonómica de enriquecerse con vocablos indígenas o criados por nuestra propia inventiva", aunque "sin apartarnos del genio de la lengua materna". El asunto es mexicano; los sucesos narrados y los personajes descritos están tomados de la realidad mexicana, con puntual y elocuente sobriedad, retocando apenas sus perfiles.La novela se desarrolla en cuadros sucesivos y variados, puestos en un mismo plano, a una distancia que permite ver claramente la fisonomía de los personajes y el desarrollo de los acontecimientos. La perspectiva es justa, uniforme y suficiente; el autor no ha querido llevar el dibujo a extremos de miniatura, ni saber del alma de los actores de ese drama del campo mexicano sino por la expresión de sus acciones. Se ha colocado en ese mirador, en el que generalmente gustaban mantenerse los novelistas del siglo XIX, desde el cual, con voluntaria objetividad, contemplaban desfilar a sus di-versos personajes en los pasos sucesivos que tejían y destejían sus vidas, sin querer adivinar sus pensamientos íntimos ni sus cavilaciones más recónditas, hasta las cuales ha extendido su campo la novela de nuestro tiempo. La lectura de La Parcela nos deja la impresión, muy justa, de que el autor ha sabido sacar del asunto escogido las mayores ventajas. La historia está sobria y hábilmente narrada, renunciando a desarrollos inútiles, a consideraciones sociales sobre la vida del campo en México ---que hubieran sido tan fáciles-- y logrando una rapidez y una limpieza de dibujo que hacen de ella una de las novelas más perfectas de nuestra literatura.