EDUARDO ANTONIO PARRA
Ramiro Mendoza Elizondo, gatillero a sueldo, concibe matar como mero trámite, un acto exento de saña. Una tarde, en una cantina chilanga recibe el encargo de asesinar a Maricruz Escobedo, ejecutiva y miembro de la sociedad de élite de San Pedro Garza García, su primera víctima femenina.
Después de cometer un feroz homicidio en la vía pública diez años atrás, Ramiro debe volver sobre sus pasos. Debe volver a Monterrey, al río que compartió con animales y vagabundos famélicos, a reconocer los rostros de los que fueron, de los que serían, sus hijos y su esposa. Avenida tras avenida, en el tránsito sudoroso, mientras acecha a la mujer que ha de morir, el norte le arroja instantáneas de su pasado como Bernardo, el Chato, Genaro; de sus años como corrector de estilo clasemediero aficionado a los wésterns, como mojado y presidiario. La podredumbre del basurero donde habitó ha sido sustituida por locales comerciales en un despliegue de modernización; pero su fetidez persiste, y él aún alcanza a distinguirla.