A través de estas páginas, el misticismo milenario de la India baila y se entrevera sin censura con la mexicanidad alegre y la orfandad dolida de la protagonista. Su curiosidad insaciable es una esponja que absorbe, un pincel que pinta, un oído aguzado que recoge rumores entre las piedras y la opulencia palaciega de imperios remotos; una nariz que olfatea los caminos pletóricos de especias, inciensos, delicias, excreciones y podredumbre. Recomiendo acompañar esta lectura con pañuelos desechables. Se utilizarán para enjugar una que otra lagrimita causada por la risa, por el modo en el que el amor entre padre e hija se manifiesta y allá por el final, cuando un destello de divinidad se asoma, si sabemos verlo. Federico Traeger